AVISPAS Y HORMIGAS (II)
—Tienes que seguir.
—No puedo.
—Tienes que seguir.
—No puedo.
—No puedo.
Un enjambre de avispas alrededor de la cabeza. Un turbante de pequeñas llamas. Un incendio en los oídos, crepitando, devorando la voz humana. Chispas en los ojos, dentro de los ojos, cauterizando el iris, royendo el nervio óptico. Y ahora una lengua bífida hasta el oscuro pensamiento, iluminándolo y quemándolo. Fuego en el vientre y en el corazón. Otra vez avispas; en los pulmones, en las celdillas de los pulmones y dentro de los guantes y en los huesos destrozados de las manos.
—No puedo más.
—Sigue.
—No puedo más.
—Sigue.
—No puedo más.
—Sigue.
La cabeza se desprenderá con el enjambre y volará hasta las estrellas, hasta la dispersión de las estrellas. Hay que meter la cabeza en el agua para que desaparezcan las avispas. Entonces quedarán dos o tres agonizantes sobre los párpados, las más dolorosas sí, pero las últimas. Porque el ruido, este ruido, porque el ruido…
—Sigue y no seas cobarde.
—No.
—Sigue y no seas cobarde.
—No.
—Sigue y no seas cobarde.
—No.
Quiero cantar; marcharme por algún camino sin gente, cantando. Quiero oírme, llegar a un arroyo, tumbarme a la sombra de un árbol y cantar y oír. Quiero encontrar un hormiguero y deshacerlo, pisar las hormigas y orinarlas. Quiero volverme niño y dejar todo esto, porque no puedo más, porque ya te he dicho que no puedo más, porque tengo un enjambre en la cabeza y dentro de la cabeza, porque estoy en un incendio. Porque no puedo, porque no puedo más. ¿Lo entiendes?
—Tienes que seguir si quieres continuar comiendo de esto.