…El panteón de los boxeadores malogrados es pródigo y nutrido: el mismo acto de boxear conlleva ya la fatalidad premonitoria, como si al ajustarse una y otra vez los guantes se estuviese azuzando la bala imaginaria en el oscuro tambor de un revolver. No se sabe cuándo, pero hay un pedazo de muerte alojado en la recámara, esperando para salir: sobre un ring siempre danzan cuatro. La campana indica el inicio de otra guerra de tres minutos que parecen diez años, y una vez más se pone todo en juego, la serenidad del cráneo, la estabilidad emocional, la posibilidad de conservar la vida tal y como se conoce….
Fotografía: Montse Castillo / Texto: Rodrigo Márquez Tizano