Interminables pasillos que dan para pensar. La mano firme del entrenador contiene mi furia, mis nervios, mi miedo para mantenerme en ese punto en el que me siento dueño de lo que hago. Aun así mi cabeza piensa y piensa, más deprisa que mis pasos. El pasillo es largo pero acogedor. Casi agradeces que no acabe y poco a poco empiezas a oir el murmullo del ring. Giras y todo se vuelve explosión. Luces, música, la gente. Aun sientes la mano firme en tu hombro. Unos pasos más, cuatro escaleras y solo quedas tú y ese tipo que curiosamente ahora parece más grande.
Fotografía y Texto: Montse Castillo